El momento ideal para escribir

¿Mito o realidad? ¿Cuál es el momento ideal para escribir?

¿Cuál es el momento ideal para escribir? ¿Cuál es ese tiempo y lugar para que la escritura fluya como pez en el agua? ¿Acaso existe?

A la mañana, muy temprano y en ayunas; encerrado en un departamento con un asistente que te pase comida como si fueras un perro; en la cárcel o desterrado en Siberia; en la playa, tomando sol y de vacaciones; al atardecer, con un sahumerio, un tecito y jazz de fondo; a las cinco de la mañana con una copa de vino y la ciudad en silencio… Podemos imaginar los escenarios ideales para la escritura, los más románticos, los que mejor se ven, los que mejor suenan, los que mejor huelen. También podemos imaginarlos heroicos, sufridos, osados y presuntuosos. Eso es lo que nos han enseñado los “genios” de la escritura o, mejor dicho, aquellos que “vendían” a esos supuestos genios.

¡Ay, sí! ¡Qué geniales! ¡Únicos!

Me alegro por ellos y por su capacidad de andar borrachines por las calles de París o dedóndesea vagando por ahí e imaginando historias, si es que realmente es así como nos los han vendido.

Pero, claro, después una tiene una vida material que te pasa por encima como una estampida y ese rato libre que tenías para escribir lo gastaste en juntar los juguetes del piso, terminar de contestar mensajes en whatsapp o poner al día los mails, limpiar la mesa, conectar la laptop, encontrar el encendedor para prender el sahumerio y, con suerte, hacerte el bendito tecito. O, todo lo contrario, tenés la suerte de haberte ido de vacaciones a ese lugar paradisíaco en el que no hay obligaciones ni pendientes, y el deseo de dormir la siesta o mirar las olas le gana al de ponerte a tipear.

¿Entonces? ¿Es que acaso no voy a poder escribir nunca más, jamás de los jamases?

Bueno, por supuesto que no es así. Y me lo digo a mí misma mientras escribo este posteo porque tengo una hija de casi tres años, una por venir en un par de semanas, responsabilidades profesionales y domésticas. Los tiempos que acostumbraba dedicar a escribir cuando era soltera y me podía quedar hasta la madrugada, ya no existen.

El momento ideal para escribir tampoco existe, hay que crearlo.

En una de las clases del curso de Introducción a la Escritura Creativa propongo la lectura de un Material Inspirador en el que compilé consejos de escritores sobre el tiempo y el lugar para escribir. Lo que se puede deducir, revisando todos juntos, es que son de lo más variados. Se trata de algo muy personal y que cada uno va construyendo de acuerdo a sus rutinas y actividades y que, además, va mutando con ellas.

Yo me he construido estas siete afirmaciones para escribir:

1) Voy a escribir más allá de todo

El autor E. B. White que dijo alguna vez que “Un escritor que espera a tener las condiciones ideales bajo las cuales trabajar, morirá sin haber puesto una palabra sobre el papel”. ¡Por favor!, ¡no quiero morir así! Renovar una y otra vez el deseo de escribir colabora con darle el carácter de prioritario frente a otras cosas que se nos presentan en esta vida voraginosa y sobrecomunicada que nos toca en esta época.

2) Mi ritual para escribir puede ser pequeño

Mi ritual de comenzar a escribir lo reduje a enchufar la compu y ponerme a mano un vaso de agua; desistí de juntar juguetes o levantar galletitas del suelo; dejé el sahumerio y el tecito para casos en los que tengo más tiempo. Cuando los tiempos apremian, hay que ejercitar la entrada y salida del momento sagrado de la escritura para poder aprovechar aunque sea esos 20 minutos que tenés aquí y ahora.

3) “Cranear” también es escribir

Otra de las cosas que tengo en cuenta es que escribir no es solamente poner las palabras en el papel. Ir masticando la historia mientras camino, mientras me baño, mientras juego, mientras leo otras cosas. Notas de voz en el celular, mails a uno mismo, y la siempre útil libretita a mano son aliados que sirven a modo de “secretarios”. Vamos…, vivimos en el siglo de la tecnología móvil, ¿por qué no vamos a poder escribir en la bañera o bocetar en el celular en el bondi o en la plaza…?

4) Puedo escribir en cualquier momento y en cualquier lugar

Esto retoma y reafirma los puntos anteriores. Puedo escribir aunque la casa esté desordenada. Puedo escribir en un papelito y después pasarlo. Puedo escribir en el baño. Puedo, puedo, puedo. Si es mi deseo, nada va a detenerme. Si Bradbury alquilaba una máquina de escribir en la universidad, si Hemingway escribía de parado, está demostrado que cada uno escribirá como y cuando pueda y quiera. Con los recursos que cuenta en el momento. Con el deseo como bandera.

5) El mundo puede esperar(me)

Ya sean los mensajes o mails de trabajo pendientes; ya sean las compras o las mascotas; ya sea el tío, el suegro, la pareja o la madre. El mundo no va a detenerse porque nos tomemos unas horas para escribir. Y, si se detiene, problema de él: que aprenda a esperar. De la escritura volveremos renovadas, descargadas y felices. Nos disfrutarán mejor así.

6) Acepto la imperfección

El ideal es parte de lo abstracto. El ideal no existe en lo concreto. De la idea al papel siempre hay algo que se pierde. Lo material vuelve a la idea imperfecta. Y esto vale tanto para el escenario que nos pintamos para la escritura como para aquello que vamos a escribir. Aceptar la imperfección es darle a la idea la posibilidad de que se materialice.

7) Agradezco el tiempo que tuve para escribir

Es algo que no hacía hasta hace poco. Que mi familia me dé el tiempo, que les abueles/tíes salgan a pasear o a tomar el té con las criaturas, que mi compañero salga con amigos o se ponga a ver esa serie… y que yo misma me haga ese tiempo. Agarrar la computadora e irme a mi escritorio o a un bar y dedicarle ya sean veinte minutos o dos horas a la escritura, es algo de lo que me siento agradecida. Así como reduje mi ritual para comenzar a escribir, agregué un pequeño momento en el que agradezco haber podido escribir. Agradezco a los demás y a mí misma. Lo siento un regalo, y eso me estimula a seguir haciéndolo.

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