“Le hizo una caricia desde la frente hasta la nuca, le dio un beso en la mejilla y le deseó las buenas noches al oído. Esa forma de cariño sí era de la familia, estaba segura.”
Siempre leo antologías en busca de los llamados ‘hilos conductores’, de aquellas marcas registradas que los autores llevan de un cuento a otro y de las que no consiguen desprenderse ni aun queriendo hacerlo. La marca de estos cuentos es el detalle, es la cotidianeidad como punto de partida para situaciones que atraviesan los protagonistas de estos cuentos, la propia autora quizás y probablemente el lector también. Los límites entre realidad y ficción se vuelven difusos y, en este viaje de ida y vuelta constante entre la infancia y la adultez, es imposible no reconocerse y sentirse interpelado.
Es un libro de cuentos que incomodan por momentos, que se presentan rebeldes, políticamente incorrectos y a ese lector le hablan, a quien está dispuesto a transitar lugares poco conocidos, o por el contrario, lugares tan familiares que asustan.
Brenda Zlotolow, @queleoar